De Oficios Profesiones y Mas

Un sacerdote, un borracho y un ingeniero reciben sentencia de muerte en la guillotina. El verdugo le pregunta al religioso si quiere mirar hacia arriba o hacia abajo cuando le llegue el momento, y éste responde que quiere morir boca arriba para poder ver el cielo. Así que el verdugo suelta la hoja de la guillotina, que baja a toda velocidad y se detiene a centímetros del cuello del sacerdote. Esto es interpretado como una señal de Dios y el verdugo libera al religioso.
Cuando le toca el turno al borracho, también pide morir boca arriba, pues espera correr con la misma suerte que el sacerdote. Una vez más, la hoja se detiene a centímetros del cuello del condenado, y el borracho es liberado.
Por ultimo, el ingeniero elige morir boca arriba también. El verdugo eleva lentamente la hoja de la guillotina cuando el ingeniero exclama:
—¡Aguarde! ¡Ya vi cuál es el problema!

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Un hombre está en su lecho de muerte, y quiere llevarse todo su dinero con él al otro mundo, así que llama al sacerdote, al médico y al abogado y les dice:
—Aquí les entrego 30,000 dólares a cada uno para que me los guarden. Confío en que los pondrán en mi féretro cuando muera, y así podré llevarme todo mi dinero conmigo.
En el funeral, cada uno de los hombres coloca su sobre en el féretro. Una vez de salida, en la limusina, el sacerdote rompe en llanto y confiesa que solo había puesto 20,000 dólares en el sobre porque necesitaba 10,000 dólares para construir un baptisterio.
—Ya que nos estamos sincerando —dice el médico— yo sólo puse 10,000 dólares en el sobre, pues en el hospital necesitamos un aparato que cuesta 20,000 dólares.
El abogado se queda horrorizado.
—¡Me siento sumamente avergonzado de ustedes! —exclama—. Quiero que conste en las actas que cuando coloqué mi sobre en el féretro, ¡adentro iba un cheque personal mío por la cantidad completa de 30,000 dólares!

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Un profesor que es muy estricto e inamovible, catedrático a la antigua, le advierte a su clase que si el examen no está sobre su mesa después de transcurridas dos horas, no se los aceptará. Una hora después de empezar el examen, un estudiante entra por la puerta y le pide el examen al profesor:
—No va a tener tiempo para terminarlo —dice el catedrático.
—Sí que lo terminaré —contesta el muchacho y se pone a escribir.
Transcurridas las dos horas, el profesor pide los exámenes, y todos los estudiantes entregan sus hojas. Todos, excepto el que había llegado tarde, quien continúa escribiendo con toda la calma del mundo.
Después de media hora, se acerca a la mesa donde se encuentra el profesor leyendo un libro. En el instante en que intenta poner su examen encima del montón, el maestro exclama:
—Ni lo intente. No puedo aceptárselo. No entregó a tiempo.
El estudiante lo mira furioso e incrédulo.
—¿Sabe quién soy? —replica.
—No, no tengo ni la menor idea —responde el catedrático con tranquilidad.
—¿Cómo? ¿No sabe quién soy? —pregunta de nuevo el estudiante, apuntándose el pecho con el dedo y acercándose de forma intimidatoria.
—No, y no me importa en absoluto —contesta el profesor con aire de superioridad.
—¡Perfecto! —responde el joven, al tiempo que toma el montón de exámenes y mete el suyo entre las hojas con rapidez.

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Un sacerdote, un médico y un ingeniero esperaban una mañana a un grupo especialmente lento de golfistas.
El ingeniero estaba furioso.
—¿Qué les pasa a estos tipos? Llevamos esperándolos 15 minutos!
—No lo sé, pero nunca he visto tanta ineptitud —agregó el doctor.
—Aquí viene el encargado del green. Hablemos con él —dijo el religioso—. Hola, Jorge. Oye, ¿qué pasa con el grupo que va antes de nosotros? Son un poco lentos, ¿no te parece?
—Ah, sí —repuso el encargado—. Son un grupo de bomberos ciegos. Perdieron la vista cuando salvaron nuestro club de un incendio el año pasado, así que los dejamos jugar gratis cuando quieran.
Los tres permanecieron en silencio un momento.
—Qué triste —dijo el sacerdote—. Creo que rezaré por ellos esta noche.
—Buena idea —dijo el galeno—. Yo hablaré con mi amigo oftalmólogo, a ver si hay algo que puedan hacer por ellos.
—¿Y por qué mejor no juegan de noche? —preguntó el ingeniero.


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Un hombre acaba de comprar el mejor coche del mundo, el Turbo Bip Bip 2008, que también es el auto más caro del planeta y le costó medio millón de dólares. Mientras lo conduce a toda velocidad, se ve obligado a detenerse frente a un semáforo en rojo. Entonces, un anciano en su carrito, ambos parecen tener 90 años, para junto a él.
El viejo examina la brillante carrocería de su auto y pregunta:
—Hijo, ¿qué clase de auto tienes?
A lo que el tipo responde:
—Un Turbo Bip Bip 2007. Cuesta medio millón de dólares.
—¡Eso es mucho dinero!, exclama el anciano.
—Se debe a que este auto puede alcanzar los 520 km/hr, explica orgulloso el dueño del flamante vehículo.
A lo que el viejo replica: ¿Puedo verlo por dentro? Y tras obtener por respuesta un “por supuesto” introduce su cabeza por la ventanilla del lujoso carro, inspecciona el interior y echando la cabeza un poco hacia atrás concluye: “¡En verdad es un bonito auto!”
Así que cuando la luz cambia a verde, el joven decide mostrarle al viejo lo que su coche puede hacer y pisa el acelerador hasta el fondo con lo que el velocímetro llega hasta 520 km/hr. De pronto, el joven divisa en el retrovisor un punto negro que se acerca y ¡cada vez está más cerca!
Algo lo rebasa y va casi tres veces más rápido.
El tipo se pregunta: “¿qué diablos puede ir más rápido que mi Turbo Bip Bip? Y, frente a él, nota una vez más aquel punto negro que se acerca y ¡¡¡gusssh, pac, toc!!!, se impacta con la parte trasera de su auto.
El tipo sale apurado de su auto y descubre que se trata del viejo. Se acerca y se inclina sobre el anciano moribundo y le dice:
—Está malherido, ¿hay algo que pueda hacer por usted?
—Sí. Por favor desatore mis tirantes del espejo lateral de su auto —responde el anciano.

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Un viejo vaquero está sentado en una cafetería y pide una taza de café. En eso, se sienta una muchacha junto a él y le pregunta:
—¿Es usted un vaquero de verdad?
—Pues mire —responde él—. He pasado toda la vida trabajando con vacas, domando potrillos, asistiendo a rodeos, cargando paja, cuidando becerros, reparando cercas, limpiando establos, manejando tractores y cuidando a mis perros, así que sí, creo que sí soy un vaquero de verdad.
—Pues yo soy lesbiana —responde la chica. —Paso todo el día pensando en mujeres. En cuanto me levanto en la mañana pienso en mujeres, cuando me baño pienso en mujeres, cuando veo la tele pienso en mujeres. Incluso pienso en mujeres mientras como. Parece que todo me hace pensar en mujeres.
Los dos permanecieron en silencio tomando su café. Al poco rato, un hombre se sienta al otro lado del vaquero y le pregunta:
—¿Es usted un vaquero de verdad?
A lo que el vaquero repuso:
—Siempre pensé que sí, pero acabo de descubrir que soy lesbiana.

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